Camino de mi melancolía
¡No sé el porqué!,
pero creo que es
el momento de partir.
La dicha
me ha abandonado
y advierto que no
volverá.
Dudo en mi fe:
¿existe la esperanza?
Me duele el cuerpo
y siento un fétido acabamiento
Mi alma,
ya disgregada,
no responde
al cortejo de la vida.
Y mi espíritu,
mi amante y enloquecido
espíritu,
solo quiere partir.
Todos los caminos
están recorridos...
Solo falta el sendero
de la muerte.
Ya no vienen a mí
los sueños;
ni siquiera las
pesadillas.
La ilusión es estéril;
pensamiento cándido,
pardo y opaco.
Mi libertad
se transforma trágica
en burda nostalgia.
El paisaje que
contemplo
semeja un falso
biombo de escena.
El canto de las aves,
torpe y díscolo,
desorienta mis
sentidos.
El agua que fluye
Ahoga mis escasos pensamientos.
El llanto de un bebé,
que ayer me emocionaba,
hoy me hiere.
Y la sonrisa de mi
amada,
en la que antes creía,
es apenas una fugaz
falacia.
¡Qué triste atardecer!
Atino a evocar mi
tierno despertar
en dulces satines.
El calor de unos brazos
y la tibieza de la casa
vieja
que habitaba el amor.
Los juegos torpes
y mis reprochables inquietudes
en nuevas emociones.
Mi blanca sumisión
ante la imagen paterna,
convertida casi en
deidad.
La ausencia de un
rincón para mí
en la efímera matriz
de mi madre.
Y la angustiosa soledad:
soledad del guerrero,
del rebelde,
del aventurero.
¡Tránsito a tientas!
entre cumbres indómitas
que me alejaron
más y más...
Pobre cachorro despreciado
que debió afilar
temprano sus garras.
Rimero inmenso
de penas,
ausencias
y frustraciones.
Vertedero de
ajenos fracasos y
desechos,
frutos del egoísmo.
Anclaje de extraños
sentimientos
con naturaleza
indefinida.
¡Que niño
desafortunado!
Objeto del desviado
amor
y de la sacra indiferencia.
Arlequín del
desacierto.
Inocente usurpador
condenado.
Fantasma de lunas
llenas,
rufián de momentos
gratos.
Tal vez, así lo decretó
el destino
para mí, antes de nacer.
¿De qué otra forma
interpretarlo?
Recuerdo mi primer amor
cuando apenas era un
infante,
un retoño vulnerable de
la vida.
Aún siento su risa;
veo sus ojos puros
y tiernos gestos;
escucho el latir de su
corazón.
Cuán adorable
pudo ser esa criatura,
que permanece en mi
ser...
La evoco con una
canción,
en la sonrisa de un
niño,
en la nostalgia de mi
comienzo.
Ella jamás retornó a mi
camino.
Hubiese sido un gran
regalo.
¡Tal vez no lo merezco!
Además, ¿Por qué he de
quejarme?
si he saboreado otros
quereres
y he vibrado en
infinitas sensaciones.
¡En fin! Todavía la
recuerdo.
«Y pronto desfilaron
ante mí
otras emociones
engalanadas de dolor
e impotencia,
de hastío y desasosiego;
las mismas que me
acompañarán en la transición
hacia el cielo o el
infierno».
La muerte de mi abuelo.
Ese viejo tranquilo y
amoroso;
sin vanidad,
sin resentimientos.
Serenidad y sabiduría
condensadas en un macho
agotado;
en alguien que parecía
no luchar contra el
tiempo.
Varón dulce y plácido
dotado de sencillez,
de amor y de gestos
buenos.
¡Aún lloro tu partida,
abuelo amado!
«¡Qué regio es ser
niño!
Pues se olvidan el
dolor,
el rencor, la
frustración
y el desprecio.
Entonces nada puede
hacerte daño.
Las heridas sanan
pronto
y cada nuevo día
resucita el espíritu»
Y mi vida continuó
matizada de ensueños,
inquietudes
y desengaños...
El colegio,
otros amores;
precoces y viriles
conquistas;
un rosario de fracasos…
El tortuoso camino de
la perdición.
Malas andanzas y
un obscuro escenario.
Realidad confusa
entre llamas
destellantes
de efímeros placeres
y sórdidos momentos.
Y la rebeldía envolviéndome
en sus brazos,
opacando mi dignidad,
creando terror.
¡Ah, de los consejos de
mi padre!
Extraño sus enseñanzas
y su enorme ego.
Daría mi vida
por tenerlo conmigo
por abrazarlo y besarlo.
Cómo olvidar su
fortaleza,
en la que me refugié,
la que forjó mi
carácter de acero
y orientó mi frágil espíritu
Mi gran viejo,
bendición de mi camino.
Mi amigo,
mi padre adorado.
Dignidad, dignidad
y más dignidad.
Hombre entre los
hombres,
corazón apasionado.
Maestro sin igual del
amor,
amor del bueno, amor
ilimitado.
Nos dio todo lo suyo
a quienes estuvimos a
su lado.
Guerrero insaciable de
la libertad,
de sus principios,
del amor,
de lo inesperado.
¡Me duele tu partida,
Benito!
Nunca te he olvidado.
Te llevó en mi sangre,
en mi mente,
en este corazón
destrozado.
Te llevo en cada
palabra,
en cada pensamiento,
en mi locura,
en mis versos y en mis
cantos.
¡Cómo desatenderte,
padre!
Si sos esencia de mi
vida.
Si a tu lado
transcurrieron
mis mejores años.
Descansa tranquilo,
gran señor.
Disfruta del espíritu
infinito
y de su amor;
del duelo superado.
Nada jamás
mancillará tu recuerdo.
Sembraste amor y,
solo eso será
cosechado.
Y sigo viajando en el
tiempo
contemplando
alegrías y sinsabores,
cada vez más míos.
Aires de dolor:
la muerte de mis
amigos,
de mis perros,
de mi juventud.
Recuerdo a mi abuela,
Etelvina.
Mujer adorada,
caricia en mi vida.
Dama legendaria
y distinguida,
de fuerte carácter
pero noble y humana.
Laboriosa sin fatiga;
arraigada en su fe,
ferviente y soberana.
Madre entre las madres,
dulzura almibarada.
Sabia y comprensiva amiga.
Ella también partió un
día,
tal vez hacia la nada.
Quizás hacia un mundo
mejor,
el que merece una
santa.
Además, en mi corazón
guardo otros quereres:
románticos, filiales y
fraternos
Mi esposa, la que hoy
no está conmigo;
mi madre, casi ausente
en vida;
mi hermana Jenny, y
Nancy, hermana menor.
Mujer inquieta,
loca y desparpajada,
pletórica de valor;
espíritu agitado en
busca de calma.
Heredera absoluta
de nuestra casta;
con sentimientos idénticos
a los míos.
De sanas costumbres y
febriles hazañas.
Sangre noble y fuerte
que baña
principios eternos.
Corazón que vibra
insaciable
prodigando amor
en la victoria y en la
derrota.
La llevo conmigo,
hace parte de mi vida;
de estas mis ruinas
que quieren perpetuarse.
La amo sin miedo,
con toda mi confianza.
Se parece a mi padre:
noble, dulce y sin
tacha.
Ella aún está viva
gracias al cielo;
y enriquece el tiempo
de quienes queremos amarla.
Pero entre todos los
amores
y las cosas buenas
que me ha dado la vida,
hay una joya
incomparable,
un ser humano
al cual no cambiaría por
nada
Es mi hijo, mi
primogénito,
el único.
El que nació de mis
entrañas
Se hizo presente
y alegró mi existencia;
le dio sentido,
trazó mi mapa.
Hombre puro,
limpio y cristalino,
cual diamante fino,
cual vírgenes aguas.
Manantial de amor
y de justicia,
de inagotables
virtudes humanas.
Digno como mi padre
y como yo.
Enorme y recio
como la montaña.
Armonioso,
opuesto al mal,
al caos,
a la obscura trampa.
Ansioso de luz,
buscador de ilusiones,
talento en libertad.
Magia elemental en
esencia.
Venero la encarnación
de su hermoso espíritu.
¡Nadie como él!
Es mucho más
que un buen ser humano.
Ojalá que nada sucio
toque su alma clara.
Creo que vino a darme
felicidad,
a ofrecerme amor,
a calmar mi llanto y
realizar mis plegarias
¡Oh, hijo de mi alma!
Canto de violines,
luz de la madrugada.
Rey de mis vibraciones,
caballero de armadura
blanda,
que inspiras mi amor,
que aquietas a la
catarata.
Tienes la fuerza del
roble
y la riqueza de la
selva inexplorada.
Eres lo mejor que he
tenido conmigo,
evitaste que mi vida
naufragara.
Nadie como tú, hijo
mío.
¡Nadie, ni nada!
En ti se dibuja el amor,
solo el amor...
¡Ah, de mis nostalgias románticas!
Caricias divinas
Y buenos sentimientos.
¿Y qué de mi camino?
Sin nada que enaltecer,
sin una ínfima hazaña
Placer mundano y
derroche,
vuelo torpe e
inconcluso
Sin más raíz
que mi dignidad
nunca pude florecer
en el árido camino.
Desconocido,
menospreciado;
fantasma de lo onírico
Escoria de lo superfluo,
verdugo de la vanidad.
Éter constante
sin adónde ir,
nave de sueños
a la deriva.
Lienzo cristalino
de mil colores,
para bestias
y eruditos.
Pozo de envidias
y frustraciones ajenas.
¡De incapaces!
Predador de la
injusticia,
de la inequidad.
Polo opuesto
a la hipocresía.
Enemigo mortal
de la mezquindad
y de los ruines sentimientos
Loco solitario
deambulando
entre la luz
y la obscuridad
Y entonces,
¿por qué me siento tan
solo?
amando a tantas almas
Reconociendo a
los espíritus en la
montaña,
en las fieras
y en la lluvia.
Disfrutando del néctar
de la azucena
y del olor del jazmín.
Renaciendo cada mañana
con la caricia del sol.
Llenando mi vida,
una y otra vez,
de amor y de sueños
en cada respiro.
Avivando mi piel
en la frescura del roció
y en la tibieza del mar.
Y evocando con toda mi
fe
la grandeza de la
creación,
de la que soy parte,
a la que le debo todo.
Mi espíritu me anima a
seguir,
pero mi alma está
cansada…
Creo que es el momento
de partir.