domingo, 24 de marzo de 2013

“Una caricia para mi amiga”


De todas mis amigas
tú eres la más cercana,
porque me profesas amor
sin interés alguno.

Te percibo cálida y tranquila
como una mañana de verano,
radiante y colorida
como el más bello jardín.

De ti emana la paz,
nacen nuevas alegrías,
y florecen las más bellas ilusiones
que acarician mi alma.

En ti veo todo lo mejor,
desde el más pequeño
hasta el más maravilloso
acierto humano.

Y puedo saborear complacido,
la dulce esencia femenina
que me embriaga,
que me alucina.

Reconozco el afecto puro
en tu actitud,
y el privilegiado lugar
que ocupo en tu corazón.

Nada puede describir tu sonrisa,
o el vaivén de tu cuerpo,
o tu mirada destellante y profunda;
cosas que me invitan a soñar.

Por nada cambiaría
los momentos que me das.
Cuando te preocupas por mí
o cuando quieres que me preocupe por ti.

Apenas si puedo sobrevivir
a la emoción
cuando me dices que me quieres,
cuando te insinúas pasional.

Temo que no podré soportar
el placer infinito
de lo que siento
cuando te miro a los ojos.

Y que mi lealtad se convierta
en ambición de poseerte,
y que la ternura transmute
hacia la pasión.

Pero solo será así
si tú lo quieres,
si me dices que sí.
Si tu alma desea fundirse con la mía.

miércoles, 6 de marzo de 2013

“Parábola de un padre triste”


¡Ah de aquellos años mozos! En los que engreído en su juventud este hombre amaba la vida. Radiaba de felicidad y ostentaba orgulloso la existencia de su cachorro, refiriéndose a su primogénito y heredero.
Sin duda alguna para este hombre la vida era su hijo. Cada paso, cada expresión, cada necesidad del nuevo ser, constituían el espíritu y la materia de su universo. Y en él reafirmaba su fe en el creador.
Le bastaba con tenerlo en sus brazos, mirarle a los ojos o escuchar su tierna voz para sentir que su alma volaba en  los cielos del amor.
Nunca nada le hizo tan feliz y tan grande como su amor de padre, nunca nada despertó en él tantas ilusiones.
Con la venida de su hijo se fortaleció la familia, se afianzaron en ella los principios humanos y se despertaron de un largo letargo las virtudes olvidadas.
Crecieron el hijo y el amor, en una sólida y hermosa relación. Causa y efecto; quien ofrece amor también lo recibe. Sin embargo el corazón guarda también los resentimientos que nacen de malos momentos, aunque estos nada tengan que ver con los sentimientos reales.
Y el aparentemente bendecido padre, ciego en su egoísmo e invadido de soberbios errores; además de darle amor, alimentaba en el alma de su hijo resquemores que no se manifestaban y que jamás  supo descubrir.
Inenarrable la satisfacción que sintió este hombre protegiendo y formando a su  niño adorado, al rey de su alma.
Satisfecho siempre en su machista vanidad, en su humano corazón y en sus más profundos sueños. Satisfecha su vida de permanecer junto a él.
Duras faenas superadas de la adolescencia y en la rebeldía juvenil. Normales tropiezos  que dibujaron posibles fracasos y que siempre fueron superados.
Y él, el padre, siempre aferrado al amor y embebido en su ilusión; dispuesto a sacrificar  hasta su amor propio para conservar el reino de su hijo.
Dulce relación de amistad y complicidad en la que aparentemente siempre coincidieron y que prometía durar para siempre.
Pero la vida tiene caminos de ida y vuelta, ella  da y  quita, ella se transforma mágicamente. El viejo cada vez se hizo mas viejo y sus cualidades gradualmente se convirtieron en defectos y falencias. Y las frustraciones y los resentimientos crecieron para convertirse en el monstruo de la intolerancia; y el acabamiento humano demolió el pedestal en el que alguna vez situó el hijo a su padre.
Entonces el joven lo vio de otra forma, y el respeto y la admiración se hicieron volátiles. Y la obediencia filial y la consideración también huyeron de esa relación; apenas quedó presente en el alma del hijo un poco de lástima para otorgarle a su padre en calidad de limosna. Mostrándose distante de la humildad y fortalecido en la soberbia absoluta de quien se siente preparado para asumir el poder de su propia vida y es
capaz de desechar a quien a pesar de sus buenas intenciones se convirtió en un intruso.
Tal vez este pudo ser el mejor momento para que el padre hubiera dejado de existir. La frialdad del corazón de su hijo hubiera soportado valientemente su ausencia y le hubiera asignado un lugar valioso y digno en su recuerdo.
Pero el destino estaba trazado, aquel que correspondería a los seres llenos de dignidad, incapaces de concebir los caminos del desamor y la deslealtad.
Por ello, el padre debió pagar por sus errores. Los errores de un amor sin límites y de la inconsciencia, los que quizás él nunca cometió ni provocó; sino tal vez la misma esencia engendrada de su casta y el cambiante universo que le rodeó.

A fin de cuentas el padre dejó de ser feliz y permaneció eternamente triste, convencido de que todo lo hizo mal. Sus ilusiones se desvanecieron a pesar de las realizaciones, porque él no pudo disfrutarlas.
Ese vínculo tan fuerte y casi divino que construyó con el ser que más adoraba se convirtió en un débil lazo afectivo, para unirlos en una tibia y conforme relación de convivencia.
Lo único que el viejo esperaba con afán y desesperación era que llegara la muerte para descansar de la  traumática pesadilla, e intentar darle otra oportunidad a su espíritu.
Y el joven, el gran objeto de su amor, siguió superando con éxito cada uno de los escalones de la vida, logrando metas y buscando la cima.
Posiblemente pudo olvidar algunas de las cosas que otrora fueran para él motivaciones, e incluso desechar algunos de los principios que le heredara su padre.
Aparentemente  indiferente ante el dolor que hubiese causado con el desprecio a su viejo; engreído en su vanidad y en su juventud.
“Y mañana posiblemente se repita la historia”
Y él será feliz… Y luego sufrirá… Y tal vez entenderá a su padre.