sábado, 7 de marzo de 2015

Camino de mi melancolía

 

Camino de mi melancolía

¡No sé el porqué!,

pero creo que es

el momento de partir.

 

La dicha

me ha abandonado

y advierto que no volverá.

 

Dudo en mi fe:

¿existe la esperanza?

 

Me duele el cuerpo

y siento un fétido acabamiento

 

Mi alma,

ya disgregada,

no responde

al cortejo de la vida.

 

Y mi espíritu,

mi amante y enloquecido

espíritu,

solo quiere partir.

 

Todos los caminos

están recorridos...

Solo falta el sendero

de la muerte.

 

Ya no vienen a mí

los sueños;

ni siquiera las pesadillas.

 

La ilusión es estéril;

pensamiento cándido,

pardo y opaco.

 

Mi libertad

se transforma trágica

en burda nostalgia.

 

El paisaje que contemplo

semeja un falso

biombo de escena.

 

El canto de las aves,

torpe y díscolo,

desorienta mis sentidos.

 

El agua que fluye

Ahoga mis escasos pensamientos.

 

El llanto de un bebé,

que ayer me emocionaba,

hoy me hiere.

 

Y la sonrisa de mi amada,

en la que antes creía,

es apenas una fugaz falacia.

 

¡Qué triste atardecer!

Atino a evocar mi tierno despertar

en dulces satines.

 

El calor de unos brazos

y la tibieza de la casa vieja

que habitaba el amor.

 

Los juegos torpes

y mis reprochables inquietudes

en nuevas emociones.

 

Mi blanca sumisión

ante la imagen paterna,

convertida casi en deidad.

 

La ausencia de un rincón para mí

en la efímera matriz

de mi madre.

 

Y la angustiosa soledad:

soledad del guerrero,

del rebelde,

del aventurero.

 

¡Tránsito a tientas!

entre cumbres indómitas

que me alejaron

más y más...

 

Pobre cachorro despreciado

que debió afilar

temprano sus garras.

 

Rimero inmenso

de penas,

ausencias

y frustraciones.

 

Vertedero de

ajenos fracasos y desechos,

frutos del egoísmo.

 

Anclaje de extraños sentimientos

con naturaleza indefinida.

 

¡Que niño desafortunado!

Objeto del desviado amor

y de la sacra indiferencia.

 

Arlequín del desacierto.

Inocente usurpador

condenado.

 

Fantasma de lunas llenas,

rufián de momentos gratos.

 

Tal vez, así lo decretó el destino

para mí, antes de nacer.

¿De qué otra forma interpretarlo?

 

Recuerdo mi primer amor

cuando apenas era un infante,

un retoño vulnerable de la vida.

 

Aún siento su risa;

veo sus ojos puros

y tiernos gestos;

escucho el latir de su corazón.

 

Cuán adorable

pudo ser esa criatura,

que permanece en mi ser...

 

La evoco con una canción,

en la sonrisa de un niño,

en la nostalgia de mi comienzo.

 

Ella jamás retornó a mi camino.

Hubiese sido un gran regalo.

¡Tal vez no lo merezco!

 

Además, ¿Por qué he de quejarme?

si he saboreado otros quereres

y he vibrado en infinitas sensaciones.

¡En fin! Todavía la recuerdo.

 

 

«Y pronto desfilaron ante mí

otras emociones

engalanadas de dolor

e impotencia,

 

de hastío y desasosiego;

las mismas que me acompañarán en la transición

hacia el cielo o el infierno».

 

La muerte de mi abuelo.

Ese viejo tranquilo y amoroso;

sin vanidad,

sin resentimientos.

 

Serenidad y sabiduría

condensadas en un macho agotado;

en alguien que parecía

no luchar contra el tiempo.

 

Varón dulce y plácido

dotado de sencillez,

de amor y de gestos buenos.

¡Aún lloro tu partida, abuelo amado!

 

«¡Qué regio es ser niño!

Pues se olvidan el dolor,

el rencor, la frustración

y el desprecio.

 

Entonces nada puede hacerte daño.

Las heridas sanan pronto

y cada nuevo día

resucita el espíritu»

 

 

Y mi vida continuó

matizada de ensueños,

inquietudes

y desengaños...

 

El colegio,

otros amores;

precoces y viriles conquistas;

un rosario de fracasos…

 

El tortuoso camino de la perdición.

Malas andanzas y

un obscuro escenario.

 

Realidad confusa

entre llamas destellantes

de efímeros placeres

y sórdidos momentos.

 

Y la rebeldía envolviéndome en sus brazos,

opacando mi dignidad,

creando terror.

 

¡Ah, de los consejos de mi padre!

Extraño sus enseñanzas

y su enorme ego.

 

Daría mi vida

por tenerlo conmigo

por abrazarlo y besarlo.

 

Cómo olvidar su fortaleza,

en la que me refugié,

la que forjó mi carácter de acero

y orientó mi frágil espíritu

 

Mi gran viejo,

bendición de mi camino.

Mi amigo,

mi padre adorado.

 

Dignidad, dignidad

y más dignidad.

Hombre entre los hombres,

corazón apasionado.

 

Maestro sin igual del amor,

amor del bueno, amor ilimitado.

Nos dio todo lo suyo

a quienes estuvimos a su lado.

 

Guerrero insaciable de la libertad,

de sus principios,

del amor,

de lo inesperado.

 

¡Me duele tu partida, Benito!

Nunca te he olvidado.

Te llevó en mi sangre, en mi mente,

en este corazón destrozado.

 

Te llevo en cada palabra,

en cada pensamiento,

en mi locura,

en mis versos y en mis cantos.

 

¡Cómo desatenderte, padre!

Si sos esencia de mi vida.

Si a tu lado transcurrieron

mis mejores años.

 

Descansa tranquilo, gran señor.

Disfruta del espíritu infinito

y de su amor;

del duelo superado.

 

Nada jamás

mancillará tu recuerdo.

Sembraste amor y,

solo eso será cosechado.

 

Y sigo viajando en el tiempo

contemplando

alegrías y sinsabores,

cada vez más míos.

 

Aires de dolor:

la muerte de mis amigos,

de mis perros,

de mi juventud.

 

Recuerdo a mi abuela,

Etelvina.

Mujer adorada,

caricia en mi vida.

 

Dama legendaria

y distinguida,

de fuerte carácter

pero noble y humana.

 

Laboriosa sin fatiga;

arraigada en su fe,

ferviente y soberana.

 

Madre entre las madres,

dulzura almibarada.

Sabia y comprensiva amiga.

 

Ella también partió un día,

tal vez hacia la nada.

Quizás hacia un mundo mejor,

el que merece una santa.

 

Además, en mi corazón

guardo otros quereres:

románticos, filiales y fraternos

 

Mi esposa, la que hoy no está conmigo;

mi madre, casi ausente en vida;

mi hermana Jenny, y Nancy, hermana menor.

 

Mujer inquieta,

loca y desparpajada,

pletórica de valor;

espíritu agitado en busca de calma.

 

Heredera absoluta

de nuestra casta;

con sentimientos idénticos a los míos.

 

De sanas costumbres y

febriles hazañas.

Sangre noble y fuerte que baña

principios eternos.

 

Corazón que vibra

insaciable

prodigando amor

en la victoria y en la derrota.

 

La llevo conmigo,

hace parte de mi vida;

de estas mis ruinas

que quieren perpetuarse.

 

La amo sin miedo,

con toda mi confianza.

Se parece a mi padre:

noble, dulce y sin tacha.

 

Ella aún está viva

gracias al cielo;

y enriquece el tiempo

de quienes queremos amarla.

 

Pero entre todos los amores

y las cosas buenas

que me ha dado la vida,

 

hay una joya incomparable,

un ser humano

al cual no cambiaría por nada

 

Es mi hijo, mi primogénito,

el único.

El que nació de mis entrañas

 

Se hizo presente

y alegró mi existencia;

le dio sentido,

trazó mi mapa.

 

Hombre puro,

limpio y cristalino,

cual diamante fino,

cual vírgenes aguas.

 

Manantial de amor

y de justicia,

de inagotables

virtudes humanas.

 

Digno como mi padre

y como yo.

Enorme y recio

como la montaña.

 

Armonioso,

opuesto al mal,

al caos,

a la obscura trampa.

 

Ansioso de luz,

buscador de ilusiones,

talento en libertad.

Magia elemental en esencia.

 

Venero la encarnación

de su hermoso espíritu.

¡Nadie como él!

 

Es mucho más

que un buen ser humano.

Ojalá que nada sucio

toque su alma clara.

 

Creo que vino a darme felicidad,

a ofrecerme amor,

a calmar mi llanto y realizar mis plegarias

 

¡Oh, hijo de mi alma!

Canto de violines,

luz de la madrugada.

Rey de mis vibraciones,

caballero de armadura blanda,

que inspiras mi amor,

que aquietas a la catarata.

 

Tienes la fuerza del roble

y la riqueza de la selva inexplorada.

Eres lo mejor que he tenido conmigo,

evitaste que mi vida naufragara.

 

Nadie como tú, hijo mío.

¡Nadie, ni nada!

En ti se dibuja el amor,

solo el amor...

¡Ah, de mis nostalgias románticas!

Caricias divinas

Y buenos sentimientos.

 

 

¿Y qué de mi camino?

Sin nada que enaltecer,

sin una ínfima hazaña

 

Placer mundano y derroche,

vuelo torpe e inconcluso

 

Sin más raíz

que mi dignidad

nunca pude florecer

en el árido camino.

 

Desconocido,

menospreciado;

fantasma de lo onírico

 

Escoria de lo superfluo,

verdugo de la vanidad.

 

Éter constante

sin adónde ir,

nave de sueños

a la deriva.

 

Lienzo cristalino

de mil colores,

para bestias

y eruditos.

 

Pozo de envidias

y frustraciones ajenas.

¡De incapaces!

 

Predador de la injusticia,

de la inequidad.

Polo opuesto

a la hipocresía.

 

Enemigo mortal

de la mezquindad

y de los ruines sentimientos

 

Loco solitario

deambulando

entre la luz

y la obscuridad

 

Y entonces,

¿por qué me siento tan solo?

amando a tantas almas

 

Reconociendo a

los espíritus en la montaña,

en las fieras

y en la lluvia.

 

Disfrutando del néctar

de la azucena

y del olor del jazmín.

 

Renaciendo cada mañana

con la caricia del sol.

 

Llenando mi vida,

una y otra vez,

de amor y de sueños

en cada respiro.

 

Avivando mi piel

en la frescura del roció

y en la tibieza del mar.

 

Y evocando con toda mi fe

la grandeza de la creación,

de la que soy parte,

a la que le debo todo.

 

Mi espíritu me anima a seguir,

pero mi alma está cansada…

Creo que es el momento de partir.