lunes, 30 de marzo de 2020

Sublime


Microrrelato
Bailaba envuelta en aquella melodía que inundaba el salón. Sus bucles se agitaban alegremente exhalando aroma de jazmín. Lejano, el sonar de sus enaguas acompasaba la canción. Sintió sus manos varoniles apretando dulcemente su pequeño talle; su aliento tibio, oloroso a río, a montaña, deslizaba suavemente sus mejillas. Ella era luz, bullicio, alegría. ¡Lo amaba inmensamente! —Cesó la melodía—. Estiró su mano reteniendo su felicidad. Había un olor ocre en el ambiente. Crujían los techos de su desvencijado hogar. Miró sus manos despojadas de belleza y juventud. “Tenía ochenta y nueve; él ya no estaba desde hacía veinte”

Elsy Cañón Giraldo

sábado, 13 de mayo de 2017

Elías

En imperioso galopar y aferrado a su caballo cruzaba el temible Elías la arboleda que atraviesa el cementerio. Ebrio, casi sin sentido, confiaba en que “Caín” lo llevaría a casa. La noche era fría, sin luna ni estrellas. Retumbaban el golpe de los cascos y el ruido de las ramas que rompían a su paso. Caín llevaba los ojos muy abiertos y las crines paradas, estaba temblando;  Elías luchaba por no caer. “Se escuchaba la risa burlona de una mujer”. De pronto,  la figura femenina se cruzó en su camino e hizo un ademán con la mano para que se detuvieran. Sin pensarlo, arrogante y valiente, Elías templó las riendas al macho.
—¿Adónde vas, amado hombre? —preguntó ella—
—A casa, maldita bruja, apártate  —respondió él  enojado—         
—No sigas adelante, Elías, quédate conmigo esta noche  —continuó ella—. Y extendió su mano para tocarlo.
Elías sintió que una serpiente se enroscaba en su cuerpo, y se reía, y que de ella emanaba un perfume raro. ¡Jamás tuvo tanto miedo! Soltó las riendas y clavó las espuelas al caballo. Galoparon durante dos horas perdidos y sin parar ni mirar atrás hasta que encontraron la ruta que llevaba al rancho. Casi amanecía pero el sol no asomaba y apenas sí se escuchaba el canto de los pájaros. Faltaba poco para llegar a casa, entonces los dos se relajaron. Se toparon con algunos campesinos que caminaban por el lugar con destino a su trabajo, y la voz de una viejecita llamó su atención:
—¿Qué pasa, Elías, por qué estás tan pálido?
—Encontré en mi camino a una bruja y pasé un gran susto —respondió él—
—Son tonterías muchacho, no creas en esas cosas, tranquilízate y toma mi mano  —repuntó ella—. Y de nuevo se escuchó aquella risa burlona, y se esparció el asqueroso aroma, y una enorme serpiente los abrasó hasta asfixiarlos…

Cerca de la casa de Elías yacen dos cruces y un epitafio: “Aquí murió de miedo el temible Elías junto con Caín su caballo”.

Andantte.


Bellaco

Bellaco
Acaso adormecida la consciencia
cierra los ojos
e impide al hombre rehusar
al perverso pensamiento.

Cuando la enajenada condena
invoca un instinto salvaje
al escenario
de trama dantesca.

La razón abandona...
Frágiles sentimientos
transmutan
en intenso dolor.

Y ataca
el fiero león...
Rompe con sus garras la carne,
tritura los huesos.

Y la sevicia
que otorga el falso poder
ostenta grandeza
de invencible guerrero.

«¡Ah, valiente verdugo!
Imparable es su fuerza.
Nadie osaría
detenerle».

Ahora la flor no lo enfrenta,
sangra y marchita asustada;
anega en llanto
la afrenta.

Ruega en silencio
que él sacie su ira,
que la perdone,
que la comprenda.

“Amainada la tormenta"
ella recoge sus pétalos
y extiende al “Hércules"
su ofrenda.

Purga el odio de su alma,
finge ser feliz;
saborea de él
su estúpida vergüenza.

¡Malvado cobarde!
Podría ser tu madre,
tu hija,

tu infinita compañera.

martes, 15 de noviembre de 2016

Afán…

Afán
Impetuosa la juventud
se bate en cruenta batalla
con afán de vencer
sus miedos.

Y todo ese camino recorrido
parece no servirle para nada
porque insatisfecha
anhela más y más.

Vanos logros que solo
parecen satisfacer a la vanidad.
Pobres atriles incapaces
de soportar el peso.

“Y el alma se siente aún volátil”
Pero el árbol
continúa
firme y creciendo.

Y crecerá tanto, y se fortalecerá,
que un día —¡Un grandioso día!—
ofrecerá orgulloso
sus frutos.

Frutos de amor y esperanza,
pedacitos de dolor convertidos
en dulces y carnosas
emociones.

Fortalezas indestructibles,
caricias al alma.
Y entonces, la juventud
será el más delicioso recuerdo.

viernes, 28 de octubre de 2016

Héroe virtual

Al parecer un hombre pretendía quitarse la vida. Se le veía caminar temerario y ansioso sobre la cornisa que rodeaba el antiguo edificio. Si caía desde allí su muerte era segura, nadie podría salvarse desde semejante altura.
El sol ya se había ocultado y las sombras de la noche se hacían presentes. Todos estábamos aterrados; algunas personas gritaban y le hacían señas con las manos para que abandonara su intención.
—¡Oh, Dios, es un héroe!— Apareció la figura de otro hombre que sin tregua tomó por el cuello al desgraciado suicida. Lo apretaba fuertemente y por más que el acróbata intentaba zafarse, no podía; sus piernas flotaban en el aire.
 Hubo grandes aplausos y exclamaciones de admiración. Llegaron los medios de comunicación, los bomberos, la policía; incluso apareció un estruendoso helicóptero de rescate sobrevolando el edificio; se acercó arriesgadamente y alumbró con un fuerte chorro de luz la épica escena.
¡Vaya sorpresa! Ahora sí podíamos ver con claridad lo que estaba sucediendo:
El supuesto suicida se aferraba con todas sus fuerzas a las ropas del hombre que antes lo había tomado por el cuello; era una aterradora batalla en la que uno de ellos pugnaba por arrojar al otro al vacío y la asustada víctima luchaba por salvar su vida. Finalmente se escuchó un grito espeluznante y un cuerpo cayó al vacío. “El héroe" desapareció en la oscuridad.

Una travesía

Latente vuela el espíritu
entre mágicas ilusiones,
sin detenerse,
sin mirar atrás.

Ávido por encontrar
“algo que no conoce”,
destino imaginario
que aquiete su ansiedad.

Y aun pleno de libertad
anhela una parte del todo
e ignora la fortuna
de su sueño fugaz.

Entonces detiene la impetuosa marcha
y encarna a la vida con ganas de amar;
y bebe del dulce néctar materno
y sufre del tierno rigor paternal.

¡Qué gran aventura!
Un valle de emociones,
un río que riega sentires a su andar,
y el tesoro de placeres que guardan las colinas…

La dulzura del amor
atrapa al corazón
que sedado y absorto
quiere disfrutar.

Y se envenena la intuición
de condicionados frutos,
de retos forzados,
de falsos destellos.

Ansiosa se agita el alma
y vadea fronteras,
se bate sin miedo
en el frío pedernal.

Mas no se siente pura
ni merecedora de caricias;
ni las nanas que le complacían
quiere volver a escuchar.

Párvulos temores
transmutan veloces,
ponen en escena
al diabólico azar.

Desaparece la ternura,
la alegría viene y va;
“el cándido paraíso
revela su oscuridad”.

El ego toma las riendas
y lleva la cabalgadura
a su antojo
por un sendero irreal.

Camino de mentiras,
de desasosiego,
laberinto de equivocaciones
de torpe saciedad.

¡La luz permanece encendida!
El calor de un corazón aparece
y junto con el brillo de unos ojos
de nuevo al alma han de cautivar.

Cuna que incuba el renacer,
que devuelve el aliento,
que ahoga en su bálsamo al dolor.
¡Otra oportunidad!

Se encienden las llamas del amor.
La vida quiere continuar
y pequeñas chispas saltan
avivando la hermosa pira.

¡Son los hijos!
Sagrado aliciente,
oportuna redención,
último llamado.

La calma parece reinar
y el ser aclama la vida;
el tiempo es único,
perderlo fatalidad.

Y la soberbia se oculta
temerosa de la nobleza,
silenciosa se camufla
entre caricias de lealtad.

Las tiernas chispas del amor
crecen como llamaradas
y llegan tan alto
que pueden quemar.

Quizás no lastimen,
quizás no envilezcan
y tan solo entibien
el sueño de hogar.

Raudo corre el tiempo
sin pena ni tregua,
se fatiga el cuerpo
y las ganas se van.

Los ojos cansados
buscan la belleza
que guarda un pasado
de trépido afán.

La soledad ronda la vieja morada
y el calor se extingue,
despojos del reino
transforman en irónica vanidad.

Valiente el alma
oculta sus miedos
y esgrime virtudes
que jamás tendrá.

La vieja soberbia
deja su trinchera
y ataca cobarde
a la realidad.

Rompe sin cautela
finas ataduras
hiladas de amores
y necesidad.

El cristal se quiebra,
la piel se marchita
y se anega en llanto
el tramo final.

Pobre del espíritu
que preso en su hazaña
anhela el espacio
de su libertad.

Y lucha sin cesar
contra la nada,
ofrece a Dios su ser
en el “más allá”.

Se aferra a la vida,
saborea el pasado,
pero mira hacia el cielo
queriendo volar.











lunes, 2 de mayo de 2016

Crucé la meta

Cómo no sentirme orgulloso de obtener el título de campeón ad honórem en la competencia de automovilismo que se realizaba anualmente en la gran ciudad. El espectáculo era alucinante: vehículos potentes adecuados para competencias de alta velocidad, muchas mujeres hemosas y entusiastas que engalanaban el escenario;  música, luces, comida y bebida; toda una parafernalia de fiesta y emoción. Allí estábamos los mejores —eso creía yo—.
El evento comenzó muy temprano y mientras esperábamos la orden de partida tuve tiempo de disfrutar de la magia del amanecer; el sol abriéndose paso entre las colinas y desplazando con su presencia  a la frescura de la noche; el canto de las aves; el aroma del campo y sus mil colores. Y lo mejor: la sonrisa tierna y enloquecedora de de una jovencita que acompañaba a su novio, quien también estaba listo en el punto de partida. Esa niña era hermosa y misteriosa, me estaba desconcentrando, al verla pasaron muchos pensamientos por mi mente; soñé que ganaría la carrera y que me la llevaría a ella conmigo para celebrar mi triunfo...
El encargado de dar la partida pidió silencio a la audiencia y nos advirtió a los competidores para que nos preparáramos. Solo se escuchaba el rugir de las potentes naves. Y entonces, el sonido fuerte y seco de un disparo activó la orgía de adrenalina. Delante de mí se pusieron varios coches —parecían volar. A mis costados otros tantos apuraban el paso, y, a través del retrovisor, pude ver una imparable turba de vehículos que parecía querer aplastarme. ¡Vaya momentos de tensión! Mi auto alcanzó su máxima velocidad; la dirección vibraba, el motor hervía y rugía como si fuese a estallar, las agujas de instrumentos alcanzaron el umbral. En mi mente solo estaba fija la idea de llegar en primer lugar a la meta. Nada a mi alrededor tenía forma clara, todo estaba en blanco y negro. Lo único que veía “con lucidez" era el rostro tierno y encantador de esa niña, con su pícara y adorable sonrisa solo para mí; y que además parecía decirme: tu vas a ganar.
Después de un alucinante y tenso ciclo de más de veinte vueltas a la pista de veinticinco kilómetros, solo algunos de los competidores continuábamos en disputa. Al primer lugar iba un niño caribonito conduciendo una nave de las mejores, en segundo lugar estaba una dama, la única dama que participaba en la competencia, y, al tercer lugar, estaba yo en mi destartalado proyectil. Sabía que ganaría la carrera, estaba convencido de ello. En los últimos cincuenta kilómetros la tensión aumentó,  corrimos palmo a palmo intercambiando posiciones en fiera lucha. Al llegar a la curva sin peralte, que precedía a una prolongada recta para llegar a la meta, apreté el acelerador a fondo sin ningún temor; en ese momento me dije: el triunfo será mío , y ella, esa hermosa criatura también lo será.  Tuve entonces la sensación mas hermosa de mi vida: sentí el placer del triunfo, la seguridad del campeón, la satisfacción de obtener lo que quería. Y mi corazón explotó de júbilo soñando con su amor...
No sé quienes lograron cruzar la meta, quién ganó,  ni cómo terminó la fiesta. Al finalizar la curva sin peralte yace una cruz con mi nombre y el título: “campeón ad honórem". Ella, mi dulce niña, visita el lugar de vez en cuando y lo adorna con bellas flores, deja caer algunas lágrimas y me regala su hermosa sonrisa.

Ella es mágica

¡Estoy emocionado!
Celebro haberla conocido.
La llevaré conmigo
hasta el final.

Siempre estuvo a mi lado.
Me ofreció su calor
desde que llegué a la vida
y me arrulló con dulzura.

Me acompañó
por todos los caminos.
Rítmica y alegre,
sabia y sentimental.

De ella aprendí
lo que sé.
Por ella pude acercarme
a mis seres amados.

Oré a Dios,
enamoré a mi amada
y la amé.
Aconsejé a mis hijos.


En ella ahogué
mis tristezas
y manifesté
mis alegrías…

Pero, en mis años mozos,
me comporté como un truhan
despreciándola
a pesar de hacerla siempre mía.

La utilicé sin respeto
en mis sórdidos momentos
cual si fuese
una bagatela.

La maltraté
e ignoré su valor,
en mi estúpida actitud
despectiva.

¡Ay, de mi necia actitud!
Que me negó
los mejores años
para amarla.

Cuanta felicidad
desperdiciada
por no
reconocerla.

Hoy ella me da la libertad.
Acaricia mi alma,
enaltece mi dignidad,
regocija mi espíritu.

Me alimenta,
me cuida,
me enseña.
Jamás me abandona.

Me exige
pero no me discrimina.
Siempre está dispuesta
para mí.

Solo espera
que yo la busque,
que vuelque en su dirección
todas mis emociones.

Es tan inmensa
como el cielo,
tan profunda
como el mar.

Me ofrece tanto
que estoy seguro
de que moriré
apenas conociéndola.

Nada en la vida
podría despertar en mí
tantas y tan fascinantes
expectativas.


Ella tiene la capacidad
de hacerme reír
o de provocar
mi llanto.

Estimula mis sueños.
Me excita,
me embriaga,
me alucina.

Gracias a ella
puedo ser o no ser;
estar aquí y allá;
vivir el ayer y el hoy.

Es mágica e infinita.
Parece saberlo todo
y conocer
cada parte mía.

Navegaré eternamente
libre y tranquilo,
llevando al límite mi pensamiento
hacia la infinidad de la literatura.

Adorando su existencia,
saboreando su dulzura,
y descubriendo la esencia de la vida
en cada palabra.