miércoles, 14 de marzo de 2012

RELATO CORTO.


CAURIBE
“AROMA DE MUJER”
Por aquel entonces tenía yo tan solo once años de edad, era un niño gordo y feo,  además muy tímido; tal vez producto de la rígida educación y formación paterna.
Recuerdo que cursaba el grado primero de bachillerato, ya me sentía grande; la transición entre la primaria y la secundaria nos convertía a los hombres en verdaderos machos.
Mi actitud viril la reforzaban las experiencias del barrio y las influencias de las personas con quienes allí compartía mi vida.
Era un sector residencial de clase media baja, muy agitado, muy alegre. Las capacidades económicas de mi familia eran buenas, nunca deficientes; por lo tanto  tenía acceso a muchas cosas.
Estudiaba en un colegio grande para personal mixto.  Me sentía feliz y afortunado pues vivía enamorado de algunas compañeras, e incluso de las hermosas, despampanantes e intimidantes profesoras.
No obstante la fuerte y constante disciplina a la cual me sometían en mi hogar y en mi colegio, yo era uno de esos individuos no del todo controlado, algo impredecible.

Aunque siempre primaron en mí los principios con los que construí mi vida y los valores que me fueron transmitidos y que siempre he fomentado, lo que me hace un hombre de buena conducta; mis impulsos y mis espontaneas acciones en esa hermosa época de mi vida, no garantizaban que fuese el ejemplo de hombre disciplinado.
Era pendenciero, osado y algo descuidado con mis obligaciones académicas.
En medio de la timidez y de lo que en nuestra hermosa tierra Antioqueña llamamos “montañerada”, me era muy difícil relacionarme sentimentalmente con las niñas decentes y de buen comportamiento. Me sentía estúpido, creía perder mi tiempo al tratar de iniciar  procesos de acercamiento y de conquista con las niñas; sentía miedo y vergüenza. No me sentía muy seguro de mis cualidades físicas ni de mis aptitudes en el arte del amor.
Creo que es algo que muchas personas han vivido y me han de comprender.
Lo que sí es claro, es que aun por encima de mis temores y de mis frustraciones, me empeñaba en acercarme a las divinas féminas utilizando todo tipo de tácticas, buenas para la época: les enviaba carticas de amor, razones románticas con emisarios, protagonizaba osadas declaraciones públicas de amor, les hacía regalitos, etc. Pero casi siempre con el mismo resultado negativo y frustrante para mí.
Parecía estar destinado al desamor y al desprecio de esas divinidades que me enamoraban y que ocupaban cada espacio de mi vida y cada momento.
Aquellas por las que yo moría de necesidad y en las que inspiraba mis más románticos y lascivos sueños.
Tuve muy pocos pero satisfactorios éxitos en el arte de la conquista. Pero en mi afán por sobrevivir debí buscar mujeres a las cuales pudiera acercarme y disfrutarlas, sin ser objeto de su burla y de su desprecio. Mujeres con las cuales no sufriría por el desamor ni la discriminación. Mujeres a las cuales no les importaba si yo era gordo y feo, si era buen bailarín o no, si era avispado o estúpido, si era fuerte y valiente o si era un flojo y un lerdo.

¡Oh que hermosas mujeres! aquellas que aun siendo un niño me acogieron, aquellas que ni siquiera mi nombre  preguntaban, que no les importaba mi origen, ni mi edad, ni mi condición social, ni mis sentimientos.
Ellas solo me daban la oportunidad de disfrutar de su cuerpo a cambio de dinero. Ellas incluso gozaban ante el espectáculo algo exótico de mi lujuria y de mi deseo. Tal vez se admiraban de mi capacidad para enfrentar a temprana edad las lides amorosas por encima de toda clase de impedimentos y de parámetros establecidos en cuanto a las relaciones respecto al sexo.
Ya has de imaginar a quienes me refiero: a “las putas”, a  las bellas mujeres que venden su cuerpo. Dulces cortesanas, sencillas y desinteresadas amigas, valientes cómplices del amor y del deseo.
Era imposible contener esos torrentes de amor que albergaba mi joven cuerpo, inexplicable tanta fantasía en mi pensamiento y tanto amor por aquellos seres hermosos, deliciosos y tiernos;  seres que despertaban en mí toda la sensibilidad, la locura, la pasión.
Recuerdo cuanto disfruté de los fantásticos momentos de amor obsceno. También recuerdo que en la compañía de niñas púdicas e intocables alcanzaba a disfrutar momentos placenteros, veladas excitantes  que desafortunadamente se interrumpían por alguna circunstancia dejándome incompleto; debiendo así recurrir muchas veces a prácticas pasionales íntimas y humanas para satisfacer mi deseo solitario y frustrado.
Fueron algunos amigos mayores de edad quienes me iniciaron en el arte de compartir mi amor y mi dinero con las bellas damas del burdel o del paraíso discreto.
Ya venía yo meditando y planeando la aventura de emprender el vuelo, hacia la cumbre del placer y del amor, alcanzando a tan temprana edad el éxito de una hazaña propia de algunos pocos privilegiados.
Fuimos a una casa vieja ubicada en el centro de la ciudad, un lugar bastante feo y peligroso, pero nada podía empañar el motivo de nuestra visita al lugar.
Las chicas, lo digo irónicamente, no eran muy bonitas ni muy esbeltas, algunas de ellas podrían ser nuestras madres por su edad; esbozaban todas unas sonrisas falsas pero cálidas.
Algunas se veían flacas y descoloridas otras gordas y morenas, unas pocas altas y elegantes, otras chiquitas y tetonas; en fin, todas estaban allí presentes como un hermoso ramillete de flores para satisfacer nuestra imperante necesidad de amor.
Aun tiemblo cuando lo recuerdo, tenía para mí solo ese variado menú, diferentes presentaciones del platillo que más me gustaba y que más anhelaba.
Olvide mis temores, mis complejos, mis compromisos. Sentía que estaba solo en el mundo y que tenía que probarme. Reflexionando un poco pienso que aquella vez demostré una gran capacidad de decisión.
La única condición para continuar con mi hazaña, era la seleccionar una mujer y realizar el pago por el producto que yo demandaba.
“Sesenta y treinta” me parece que era la tarifa, sesenta pesos la deliciosa mercancía y treinta la pieza en donde se consumaría la acción. Lo demás era tener valor suficiente para encerrarse en una habitación con ese amenazante bocado.
Lo primero que hice por supuesto fue desnudarme, erecto como un roble, sobrecalentado y a punto de estallar por la pasión, tembloroso y asustado por la magnitud del evento, espere prácticamente a que ella apenas medio desnuda me invitara a seguir; lo demás fue indescriptible.
Aunque no sucedió como yo lo imaginaba: romántico, cálido, en sabanas de seda, con luces y música perfectas y en una acogedora y profunda intimidad.
Aunque no pude besar unos labios tiernos y húmedos como los de aquellas niñas hermosas que yo deseaba, ni acariciar un cuerpo sensual y provocativo como lo imaginaba, ese primer momento fue inolvidable. Abreviado pero excitante y maravilloso, indescriptible, soberbio.
No sabía si me dolía, si sentía miedo o vergüenza, si era un súper hombre, si estaba en el paraíso. Había poseído a una mujer o ¿Era ella quien me había poseído?, había sobrevivido.
Solo pude volver a la realidad cuando ella, mi amante, mi enamorada de turno, tendida boca arriba y sin ninguna agitación, aplico sus dos manos a mis costados presionando suavemente, haciéndome cosquillas y diciéndome de manera seca y tajante: bájate ya.
Realmente no me importó, había logrado lo que más anhelaba por aquellos días, me sentía todo un hombre. Más que el placer que podía haber disfrutado, me embriagaba una sensación muy grande de satisfacción, como la de quien llega a la meta ganador.
Posteriormente los comentarios con los amigos engrandecieron más  el momento, creo que todos exagerábamos narrando nuestras aventuras amorosas alimentando así nuestros egos, como si tuviésemos gran experiencia.
Es asombroso ver como aquellas conquistas nos enorgullecían más que cualquier otra cosa; ni los triunfos académicos, ni los deportivos, ni siquiera el éxito en las reñidas pruebas de machismo en las que nos batíamos  a golpes, nos daban tanta satisfacción.
Tal vez esa fue la razón por la que algunos amigos y yo nos habituamos a visitar dichas señoritas. La práctica se volvió constante, conocimos a otras mujeres y otros lugares. Algo aprendimos de ellas: técnicas sexuales, el cómo negociar un rato de placer, sobre la credibilidad en los juegos del amor, sobre los problemas y los intereses de su  mundo. No podemos desconocer la gran variedad de mujeres hermosas y las diferentes condiciones socioculturales que les rodean.
Mientras me maduré biche en cuestiones de sexo, cada vez me alejaba más de las verdaderas relaciones amorosas. Seguía siendo un hombre tímido, incapaz de construir vínculos románticos con las damas, me había programado para obtener de ellas únicamente sexo sin considerar sus valores. Así conseguiría la compañía femenina en cualquier  lugar que estuviese  y no sufriría ni el desprecio ni la indiferencia de ninguna de ellas. Aunque recuerdo haberme enamorado de muchas mujeres, aun teniendo conciencia de la vida que llevaban.
La más hermosa de todas a quienes conocí era Karla, tendría apenas veinticuatro años, era alta y esbelta. Sus ojos verdes y brillantes reflejaban una gran fuerza interior. Su cabello dorado y largo adornaba esa despampanante figura magnificando su imagen de Diosa. Sus labios frescos y jugosos esbozaban permanentemente una tierna sonrisa. Sus manos delicadas parecían mágicas al prodigar una caricia; y su cálido cuerpo de aroma incomparable, invitaba a sumergirse en él, como en un mar de amor y de pasión. Ella era incomparable, única.
La conocí en uno de mis viajes de trabajo. A los diez y seis años de edad yo solía recorrer diferentes regiones del país llevando mercancías para vender. Ella vivía en Tumaco, una región de la costa pacífica Colombiana, paraíso terrenal privilegiado de hermosas playas, gente amable y alegre.
Irónicamente aunque allí predomina la raza negra, entre la que se encuentran hermosas mujeres, pasionales y esculturales; nunca pensé encontrarme esa preciosa y blanca gema femenina.
Vivía con su madre, trabajaba en un sitio nocturno haciendo shows de baile “strip tease”, era muy codiciada por los hombres.
Cuando la vi me enamoré inmediatamente de ella y la busqué. Disfrute de su amor como un loco, embriagado por el licor y por su majestuosa belleza, mi juventud y mi vitalidad se desbordaban ante tanta hermosura.
Nuestra relación no fue pasajera, quise conservarla a mi lado pero esto me causó sufrimiento, es algo difícil de vivir y de entender; enamorarse de una prostituta, querer ser el dueño de una dama que se entrega los hombres por dinero, pretender ocupar el espacio de alguien que actúa con toda la libertad y sin límites, no es nada fácil; mucho menos lo es, anhelar ser correspondido en el amor que le das, eso es imposible.
Ella parecía estar enamorada de mí, de mi fortaleza, de mi forma sutil de tratarla, de los recursos y de las satisfacciones que yo le proveía, del tiempo y del amor que le brindaba; pero al mismo tiempo se sentía en medio de una gran encrucijada. Aunque lo hubiese querido yo no podría ofrecerle una relación estable, existía un gran abismo entre nosotros, la diferencia  de edades, la gran desigualdad cultural, la distancia geográfica que nos separaba, etc. Pero el impedimento  más importante era su forma y estilo de vida. ¿Sabes lo que significa amar a una puta?
Ella parecía estar dispuesta a no renunciar jamás a lo que era y yo tampoco pretendía que lo hiciera. Sobrepasando los límites de la moral, las circunstancias económicas y mis sentimientos, mantuve una relación con ella durante más de un año. Viajaba constantemente a visitarla, disfrutaba de su compañía como de ninguna otra y me sentía comprometido con ella.
Debí superar muchos y crueles momentos inenarrables en ese mundo bajo que compartí junto a esa divina mujer. Me sentí muchas veces despreciado, humillado, triste, poco hombre, traicionado; pero conocí con ella las delicias del amor y la pasión, la dulzura de una mujer, el encanto de la fantasía que la esencia femenina posee. Nunca imaginé llegar a sentir tanta necesidad de correspondencia, por parte de un ser al que inicialmente vi como a un objeto sexual.
Hoy no sufro como en aquel entonces, cuando en acostumbrado viaje en la búsqueda de mi amada, busqué y escarbé el pueblo que ella habitaba y otros tantos  para encontrarla sin lograrlo. Desapareció de mi vida como por arte de magia, jamás pude volver a verla. Ella no dejo ningún rastro, ni familia, ni trabajo, ni un mensaje para mí.
Se alejó de mi vida de la misma manera en la que llego.
Se fue sin decir adiós, me lastimo y sé que ella también debió sufrir. Tuvo el valor de interrumpir, tal vez a tiempo, una hermosa relación indescriptible y no convencional.
¿Qué será de la vida de la hermosa Karla? ¿Se acordara de mí? ¿Será feliz?
Yo por mi parte pude superar su ausencia con el pasar de los años, aunque desconfiado y predispuesto tuve otras relaciones amorosas con mujeres que cada vez me parecían más bellas; estaba tan joven y tan fresco que pude superar el apego y el enamoramiento.
Poco a poco aprendí a relacionarme con damas de todos los niveles, crecí y madure; entendí que las hermosas féminas tienen mucho más que ofrecer que solo sexo.
Aún trabajo constantemente para aprender de ellas y conocerlas, son la mejor satisfacción que un hombre pueda tener, me enriquezco de todos los tesoros que tienen para darme.
Pero jamás olvidare a Karla.

jueves, 1 de marzo de 2012

¿QUE QUIERES DE MÍ?


¿En verdad quieres mi vida y mi tiempo?
quieres toda mi atención
quieres la propiedad de mi ser
mis sentimientos, mis emociones.

Me exiges la fidelidad
que te escuche y que te hable
que atienda a tus llamados
que actué como quieres.

Deseas apropiarte de mi cuerpo
invadir mis pensamientos
controlar mis deseos
y manipular mis sueños.

Pretendes calmar mi sed
saciar mi hambre
convertirte en mi necesidad
proveer el aire que respiro.

Quieres mi música y mis letras
quieres mi inspiración y mi arte
mi lujuria
mis lágrimas.

Quieres absorber mi esencia
restringir mi vuelo
amarrarme a tu corazón
cegar mi mirada.

¿Y a cambio de ello que me das… El privilegio de hacerte feliz?